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“Para un importador es prioritario tener contentos a los de aduanas, porque la decisión de dejar entrar la mercancía es arbitraria. Un pequeño fallo en el etiquetaje puede dejarla retenida quince días y hundirte. Si tienes un problema, te lo arreglarán pronto. Se consigue con cenas, invitaciones vips a la Expo de Shanghái o pequeños regalos de producto. Así se hacen aquí las cosas: o pasas por el tubo o te vas”, explica José (nombre ficticio), proveedor de productos alimentarios españoles de alta gama en China a través de un importador local. La expresión que utiliza, “tenerles contentos”, es un concepto al que aluden con frecuencia los empresarios extranjeros que hacen negocios en el gigante asiático.
“Tener contenta a la Policía te da paz interior, es como un paraguas ante los problemas. Sólo pagan los que hacen algo ilegal. Si abres un burdel, por supuesto que tendrás que pagar, y mucho. En el resto de casos, son favores asumibles. Siempre hay algún agente raso que tiene mucho morro y te llama avisándote de que va a tu restaurante, esperando que lo invites”, añade Juan (nombre ficticio), otro empresario español afincado en China.
“Aquí se vende lo barato, así que tienes que conseguir mucho volumen. Y para ello necesitas ayuda. Si quieres vender vino en un restaurante, le ofreces cinco yuanes (0,6 euros) al camarero por cada corcho de tus botellas. Tú me haces un favor, yo te hago otro”, explica.
El pasado mes de julio, las autoridades chinas detuvieron a cuatro altos ejecutivos de la multinacional farmacéutica GlaxoSmithKline (GSK) por sobornar a doctores y hospitales para que eligiesen sus productos. Las cifras del caso rondaban los 3.000 millones de yuanes desde 2007 (372 millones de euros), según la Policía. La multinacional habló entonces de “manzanas podridas” que habían ignorado su escrupuloso régimen de conducta moral, pero las investigaciones apuntan ahora a una política de empresa.
Dos hombres prueban un vaso de vino español durante una feria en Hong Kong (Reuters).
Dos hombres prueban un vaso de vino español durante una feria en Hong Kong (Reuters).
La prensa global ha utilizado el asunto para describir un ecosistema hediondo en el que los bajos salarios de los médicos, la insuficiente inversión estatal en hospitales y una legislación exigua o ignorada convierten la corrupción en algo inevitable. Hay más multinacionales que actualmente están siendo investigadas, un cuadro parecido al que se dibujó después de la encarcelación de cuatro altos directivos del gigante minero anglo-australiano Rio Tinto en 2010. La corrupción como un imperativo metafísico, otra vez.
No es país para escrupulosos
Los negocios en China, se comenta, son una ciénaga que exige embarrarse para competir en igualdad de condiciones con los empresarios autóctonos. La otra opción es abandonar un mercado de 1.400 millones de clientes. El gigante no es para rectos ni escrupulosos. No obstante, el caso GSK se ha explicado más por las presiones del paisaje exterior que del interior. Uno de los ejecutivos arrestados desveló que la compañía vinculaba su salario a los resultados y les asignaba un aumento de ventas anual del 25% (un 7% por encima del crecimiento del sector), imposible de alcanzar “sin un comportamiento corporativo dudoso”.
Lo que es indiscutible es que China tiene un serio problema con la corrupción. La organización Transparency International sitúa al gigante en el puesto 80 de 176 países, con un índice de 39 sobre 100 (donde el 0 representa la corrupción absoluta y el 100 la ausencia total), y en el puesto 27 entre las 28 mayores economías del mundo en frecuencia de sobornos.
El problema surge desde la propia definición de la práctica, porque al comparar legislaciones el choque es evidente. Las leyes occidentales tipifican como conflicto de intereses muchas prácticas que son cotidianas y legales en China. El guanxi es la red de conexiones que vertebran la sociedad en un ovillo de influencias y favores prestados y debidos. Quien pretenda medrar aquí sabe que depende en gran parte de sus conexiones, no importa que hablemos de una empresa familiar, una multinacional o un banco. Y para engrasar las relaciones se utiliza desde la cortesía elemental hasta la corrupción más grosera.
“No he rebajado mi código ético, lo he tirado”
Entrada de la oficina de JP Morgan en Pekín (Reuters).
Entrada de la oficina de JP Morgan en Pekín (Reuters).
El banco JP Morgan está siendo investigado actualmente por el Departamento de Justicia norteamericano por contratar a hijos de poderosos funcionarios chinos a cambio de cerrar negocios con sus padres, según informó en agosto el New York Times. En el epicentro del caso está Zhang Shuguang, un excapitoste del Ministerio de Ferrocarriles ahora investigado en China por aceptar sobornos. Su departamento nunca había trabajado con JP Morgan hasta que la entidad contrató a su hija, Zhang Xixi.
En las divisiones menores todo es más sutil. Los pequeños obsequios y las invitaciones a cenas y karaokes integran la práctica empresarial. “Es habitual que los representantes de los compradores locales me pidan un porcentaje para su bolsillo con la amenaza de irse a otro. En España me ocurrió una vez y lo rechacé. Aquí lo acepto porque así se hacen las cosas. No he rebajado el código ético, más bien lo he tirado”, sostiene Pedro (nombre ficticio), vendedor de electrónica.
La detención de los ejecutivos de GSK no ha sorprendido a Luis (nombre ficticio), un empresario con experiencia en los sectores farmacéutico y petrolífero que trabaja actualmente para una compañía del Ibex35. “Diez años atrás los veías bajar de sus limusinas, cargados con maletines de dinero, cuando se celebraban estudios clínicos en hospitales de Shanghái. Ofrecían un adelanto y un porcentaje por cada frasco vendido. Es un secreto a voces que esos sectores son un pozo de corrupción dominados por agentes extranjeros”, señala.
Sin embargo, no considera imposible escapar de sus tentáculos. “Sí, aquí se pueden hacer negocios sin mancharte”, asegura. “La corrupción es el camino más corto. Los chinos recurren a ella porque no están formados, carecen de cultura empresarial, no tienen ni idea de gestión, ni de administración, ni de internacionalización. Los mayores de 45 años, que son con los que haces negocios, son antiguos campesinos que han estudiado muy poco. Cuando aprendan, no tendrán que recurrir a ella”.
Las multinacionales y sus prácticas abyectas
Seis multinacionales del sector lácteo recibieron en agosto una multa récord por pactar sus precios: 668 millones de yuanes (82 millones de euros), a repartir entre empresas como la estadounidense Mead Johnson Nutrition, la neozelandesa Fonterra o una filial de la francesa Danone. La Comisión Nacional de Desarrollo y Planificación de China, el órgano fiscalizador, las condenó por violar la ley antimonopolio. Las compañías admitieron los hechos. Sin embargo, otras tres firmas evitaron ser multadas porque “cooperaron con la investigación, rectificaron rápidamente y dieron valiosa información”, según señaló Pekín.
Una trabajadora de un supermercado ayuda a una clienta a comprar leche en polvo Dumex, filial de Danone, en Hefei, en la provincia china de Anhui (Reuters).
Una trabajadora de un supermercado ayuda a una clienta a comprar leche en polvo Dumex, filial de Danone, en Hefei, en la provincia china de Anhui (Reuters).
Su actuación fue comercialmente ilegal y moralmente abyecta. Las compañías se aprovecharon del terror del consumidor chino hacia las marcas locales después de que leche en polvo contaminada con melanina provocase la muerte de seis niños y miles de enfermos en 2008.
Un funcionario de la poderosa Comisión Nacional de Reforma y Desarrollo presionó recientemente a 30 empresas extranjeras (General Electric, Microsoft, IBM e Intel, entre otras) durante una reunión para que confesaran públicamente sus violaciones de la ley antimonopolio china; les mostró confesiones ya firmadas por otras empresas y las amenazó con multas triplicadas si acudían a sus abogados para defenderse. Dichas disculpas públicas impuestas remiten a los tiempos más crudos de la Revolución Cultural y a la xenofobia maoísta.
Los casos anteriores apuntalan la teoría de que China ha declarado su guerra contra la corrupción empresarial sólo para atacar a las multinacionales y proteger su propia industria. El asunto no es descabellado y admite muchos matices, pero desvía el foco de lo sustancial: existen empresas extranjeras que atentan repetidamente contra la ley y la moral.
“El hecho que ha sido probado más allá de toda duda es que algunas compañías extranjeras están involucradas en prácticas corruptas. (…) Esas violaciones criminales serían castigadas en cualquier país”, aclaraba el diario China Daily, que de vez en cuando publica algún editorial sensato. También recordaba las multas millonarias impuestas a GSK por violar la ley en Nueva Zelanda o Estados Unidos, donde el entorno empresarial se intuye más saludable.
China padece la corrupción rampante habitual de los países en vías de desarrollo. El cumplimiento de sus leyes sobre la materia ha sido tradicionalmente laxo y, sólo en los últimos meses, se aprecia un ímpetu nuevo. Pero la práctica está tan arraigada en la casuística que costará erradicarla.
En ese tránsito tan lento como imperativo hacia un ambiente más saneado, cabe preguntarse por el papel que jugarán los empresarios occidentales, quienes no son antiguos campesinos, sino coleccionistas de títulos universitarios y másteres variados. Frente a la inercia supuestamente invencible de un entorno viciado o unas exigencias empresariales desmedidas, siempre queda la íntima y personal decisión de apuntalar o combatir la corrupción.
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